Alonso Lujambio tenía más menos la edad que yo tengo ahora cuando
lo conocí. Él era director de la carrera de Ciencia Política en el ITAM y yo
estaba empezando a estudiar la misma. En el primer semestre fue mi maestro de
Introducción a la Ciencia Política, el temario era extenso y gran parte de lo
que aprendí se lo debo a él y a esa materia. Nos llamaba a sus alumnos
“colegas”, un título que nos enorgullecía y nos motivaba al provenir de una
persona en la que reconocíamos inteligencia, sabiduría, entrega y amor por
México.
En el primer examen que
realizamos obtuve una muy buena calificación y me escribió una nota en la que
me auguraba un gran futuro como politólogo. No sucedió así, mi trabajo actual
poco tiene que ver con la política, tema que aún me interesa pero al que no
dedicaría mi vida. Sin embargo creo que el aprobaría mi posición, conocía bien
las aficiones artísticas, redentoras, creativas y hedonistas de sus alumnos, y
aceptaba con agrado las deserciones en cualquiera de esos sentidos. Profesaba el
amor y la pasión por la vida antes que nada.
A pesar de ocupar un importante
cargo académico, su carrera estaba por comenzar. En el transcurso de ese
semestre fue nombrado consejero del IFE, sería la primera vez que éste órgano estaría
conformado en su totalidad por ciudadanos. En mi opinión esa fue la mejor etapa
en la incipiente democracia mexicana. Su labor como consejero no le permitía
recibir un salario por otra actividad para asegurar su imparcialidad, a pesar
de esto siguió dando clases, así tuve la oportunidad de cursar con él la
materia de Política Comparada, ahí o quizá en alguna ocasión en los pasillos de
la escuela, fue donde lo vi en persona por última vez.
Después del IFE pasó a dirigir el
IFAI, conociendo su perfil me pareció la persona ideal para el puesto, estaba
comprometido con la justicia, la equidad y la rendición de cuentas por parte
del gobierno. Su nombramiento como Secretario de Educación me pareció un error,
era un cargo para el que no estaba preparado por todas las implicaciones políticas
y sociales que llevaba consigo, Lujambio era un hombre elegante en todos
sentidos, un caballero al que le apasionaba el hilo fino de la política, la
educación pública en México es un lodazal para el que se requiere un temperamento
distinto al que él poseía.
Hace unas semanas supe de él de
manera directa por mi amiga Maira, que lo vio en varias ocasiones durante los
últimos meses, por lo que me platicó me preocupó su estado de salud ,pero
confiaba que le quedarían algunos años para dejar una huella memorable en el
Congreso y quizá para más. Desafortunadamente no fue así y lo lamento mucho.
Dejó una huella imborrable en mi vida y en la política del país. En estos
momentos en que hacen falta hombres de su calidad moral, es una gran pena que
nos lo haya arrebatado la enfermedad. Lo recordaremos y seguiremos su ejemplo siempre.